Ni en sus mejores tiempos como delegado de curso en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, allá por el año 2001, podría haber soñado Pablo Iglesias Turrión llegar tan lejos. Poco antes de llegar a este foro académico, el más combativo de la Universidad Complutense, había estudiado Derecho con algunos profesores de la izquierda, ahora ya desaparecidos, como Enrique Curiel. A Pablo, las leyes se le quedaban cortas y decidió pasarse a Políticas, donde se convirtió en un verdadero activista rebelde al participar en los primeros movimientos antiglobalización y, sobre todo, en una plataforma de desobediencia civil. Fue allí donde conoció a uno de sus auténticos ideólogos y maestros: el profesor Heriberto Cairo Carou, un gallego nacido en Lugo, de raíces latinoamericanas, radical, de extrema izquierda y con fuertes conexiones con Argentina y Venezuela. La vida de Pablo comenzaba a cambiar.
Su personalidad no puede entenderse sin sus raíces. Hijo de María Luisa Turrión Santamaría, abogada del sindicato comunista Comisiones Obreras, y de Francisco Javier Iglesias Peláez, inspector de Trabajo, profesor de Historia y militante del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), el niño Pablo creció entre dos facetas. Una, la radical política de su padre, marcado a su vez por la figura del abuelo, Manuel Iglesias Ramírez, un profesor de sociología condenado a muerte en 1939 por el franquismo, pero finalmente indultado por testimonios de destacados falangistas, entre ellos, el futuro procurador en Cortes Ezequiel Puig Maestre, que desmontó las acusaciones contra él. La otra, su gran influencia, vino por la vía del abuelo materno, un profesor exiliado en Suiza, donde daba clases de filosofía, comunicación política, cine y psicoanálisis en la Universidad de Ginebra. Hete aquí el germen de la cultura podemita.
La conexión con el chavismo
Aunque hermético en su vida familiar y privada hasta el paroxismo, hay algo que nadie niega en el entorno de Pablo: la influencia de su abuelo materno, que le enseñó el dominio de los idiomas –francés e inglés con algo de alemán– y una cultura marxista de primer orden. Esos textos que enseñaba su abuelo fueron el primer catecismo de Iglesias, hasta que en la universidad conoció a un grupo de jóvenes radicales, entre ellos Íñigo Errejón y Carolina Bescansa, esta última perteneciente a una de las familias más ilustres y acaudaladas de Galicia, y decidieron ofrecerse a las tertulias televisivas. Lo hicieron a través de Izquierda Unida y, muchos dicen, que con gran apoyo exterior. Nadie sabe en verdad dónde arranca la conexión de Podemos con el chavismo venezolano, pero lo cierto es que su relación se estrecha por momentos a velocidad de vértigo. Quienes bien le conocen en aquellos años lo atribuyen a su entrada en la Fundación CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales de la Izquierda), muy ligada al régimen chavista y con fondos de millonarios venezolanos en el exterior.
Profesores, compañeros y amigos de la etapa universitaria de Pablo Iglesias coinciden en un análisis de su personalidad: frío como el hielo. Controlador al más puro estilo marxista. Y calculador como un profesor de álgebra. «Es como un ave de rapiña hasta lograr su presa». La frase corresponde a un antiguo compañero de facultad que bien le conoció. Apasionado de la naturaleza, este amigo recuerda cómo en aquellos años universitarios les atraía la montaña, practicaban senderismo y pernoctaban en tiendas de campaña a la intemperie por zonas del Pirineo. «Le gustaba la ornitología», dice esta fuente tan cercana a Pablo en aquellos días. Tal vez radica aquí la clave de un líder político implacable, depredador, cual ave rapaz con garras y picos afilados. Es la imagen de un hombre forjado en las tertulias televisivas, cuyo ascenso nadie podía imaginar, fiero espadachín dialéctico, pero listo como el hambre. Con unas dotes de demagogia y mercadotecnia que muchos quisieran. «Con poca chicha pero mucho chicharro», afirma un experto sociólogo para explicar el fenómeno Iglesias. O sea, nula gestión y experiencia, pero emociones a tope.
Con su coleta al aire, ahora algo más cuidada, unos dientes afilados que no desea cuidarse, el sudor a tope bajo la pertinaz camisa descuidada con esmero, y una lengua viperina contra todos, ha logrado algo importante: capitalizar el descontento. Le importan un bledo las acusaciones de su relación con Venezuela, Irán y otros regímenes tiránicos. Parece tener bula, sobre todo frente a un PSOE enflaquecido, un Pedro Sánchez faltón y una izquierda desnortada. «Es un pájaro de cuidado», opinan veteranos dirigentes socialistas muy críticos con el actual secretario general socialista. Y mucho más, desde su cara a cara con Mariano Rajoy donde, según esta «vieja guardia», no dio la talla. «Arrabalero, tabernario y sin una sola propuesta de estadista». Es lo menos que dicen estos «gurús» del socialismo español sobre el debate entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. «Iglesias no se habría atrevido a tanto», dicen desolados.
«Es un animal de cámara»
Por su afición montañera y gallinácea, Pablo adquirió hace años una casa en las cercanías de la Sierra de Gredos. Allí vivió su relación sentimental con Tania Sánchez «como un pajarito en flor», según vecinos de la zona que les veían acaramelados y cercanos. Dicen que ahora Pablo no pisa el terreno, ahogado por la campaña. Algunos amigos le cuidan la vivienda, el jardín y un pequeño perro de su propiedad, aunque nadie cuenta nada. El estalinismo en política se traslada a la conducta personal, pero es de justicia reconocer que todos en el pueblo cercano le tienen cierto afecto. «Si no es por la televisión ni sabemos quién es», afirma un paisano del pueblo con quien Pablo compraba el pan y se marcaba algún que otro comentario con la tertulia televisiva de turno. «Es un animal de cámara», aseguran los vecinos de la serranía abulense.
Y aquí está «El coletas», con su partido morado, sus mareas rojas, sus arengas extremistas y su discurso radical. Hace tan solo dos años era un imberbe de las teles. Ahora aspira a la llave de los futuros pactos en el gobierno de España. Saltó de «La Tuerka» a ser el torniquete necesario. Su discurso de extrema izquierda es anacrónico, pero engancha. Fustigador, cáustico y vengativo, en la sede socialista de Ferraz le llaman «El escorpión». Puede. Pero qué incauto ha sido Pedro Sánchez. ¿Acaso pensó no sufrir el aguijón una vez le había dado todo el poder? Pablo Iglesias se lo ha merendado como un bocadillo de fresco vegetal. Y como toda ave rapaz, su vuelo puede ser feroz, devastador, afilado, pero desde luego, imparable.