El 19 de julio, el alemán propuso un armisticio a Gran Bretaña. La respuesta fue negativa y causó indignación por el tono en el que fue realizada
La Historia le recuerda como uno de los mayores asesinos que ha pisado la faz de la Tierra, un sádico que ansiaba conquistar el mundo y liberarlo de lo que él llamaba el yugo «judío». Ciertamente la descripción anterior no es una equivocación pero, curiosamente, hubo una época en la que Adolf Hitler hablaba también de «paz» a Gran Bretaña.
Una de esas ocasiones se produjo en julio de 1940, momento en que el «Führer» instó a Churchill a firmar un armisticio por el bien de su nación. Una región por la que el alemán sentía pasión. El discurso, no obstante, conmocionó e indignó a los habitantes de las islas, que clamaron al unísono en favor de continuar la guerra.
Para hallar el momento en que Hitler pronunció este curioso discurso es necesario retroceder –tal y como afirma el «Center for research on Globalizacion»- hasta el 19 de julio de 1940. Por aquel entonces, el «Führer» ya había invadido (y conquistado) Polonia y la «Wehrmacht» se hallaba en Francia.
Buenos momentos para el nacionalsocialismo y malos para el resto del mundo. A su vez, el líder se hallaba en guerra declarada con Gran Bretaña a la que, desde el inicio de la contienda, había intentado bloquear por mar mediante sus conocidos «U-Boot».
Fue exactamente en ese momento cuando Hitler se introdujo en el Reichstag alemán y -frente a cientos de generales, miembros del parlamento, líderes de las SS y diplomáticos- declmó un discurso que conmocionaría al mundo. Sus palabras comenzaron haciendo referencia al poderío del ejército alemán que estaba aplastando Francia sin oposición.
Posteriormente, señaló el poderío de sus tropas, formadas por la «Wehrmacht», la «Luftwaffe» y la «Kriegsmarine». El terror del mundo, que se podría decir. Hasta aquí, todo normal. Sin embargo, posteriormente se dirigió a Churchill y le solicitó la paz. Todo ello, después de estar matando de hambre al pueblo inglés mediante el bloqueo.
«De Gran Bretaña escucho tan solo un grito –no del pueblo, sino de los políticos- afirmando que la guerra debe continuar. No sé si estos políticos ya se han hecho a la idea de lo que será la guerra a partir de ahora. Dicen que van a continuar con y que, aun cuando Gran Bretaña esté perdida, seguirán la guerra desde Canadá. Me cuesta creer que quiera decir con esto que se llevarán a toda Gran Bretaña a Canadá. Es de suponer que solo los caballeros interesados en la continuación de la guerra irán allí. La gente, me temo, tendrá que permanecer en Gran Bretaña», señalaba Hitler en principio.
A continuación, el «Führer» explicaba que sentía un profundo disgusto por este tipo de políticos sin escrúpulos que destruían naciones enteras.
«Señor Churchill, sin duda ya habrá enviado a Canadá el dinero. Para millones de personas, sin embargo, comenzará un gran sufrimiento. Señor Churchill, usted debería, por una vez, creerme cuando le profetizo que un gran imperio será destruido, un imperio que nunca fue mi intención destruir o dañar. Por ello, siento que es mi deber –por mi propia conciencia- apelar una vez más a la razón y el sentido común de Gran Bretaña. No hay razón para que esta guerra continúe», finalizaba Hitler.
La respuesta de Gran Bretaña se hizo esperar un mes (hasta el 22 de julio de 1940) y vino de manos del secretario de Relaciones Exteriores británico Lord Halifax. Esta fue, lógicamente, una negativa, la cual fue general y acompañada de una terrible frustración. De esta forma, Hitler se dio de bruces contra un imperio, el británico, que había idolatrado desde siempre y del que llegó a decir bondades.
«Admiro a los ingleses. Como colonizadores, lo que han logrado no tiene precedentes», explicó en una ocasión. O eso decía él, pues seis días antes de este discurso solicitando la paz había emitido la directiva número 16 mediante la que iniciaba la «Operación León Marino» para tomar las islas a base de bomba y fusil.