Como Case Farms Chicken se aprovechó de sus trabajadores indocumentados

Es una de las compañías más peligrosas en Estados Unidos y se aprovechó de trabajadores inmigrantes sin papeles. Después, cuando se hicieron daño o alzaron su voz, la empresa utilizó las leyes estadounidenses en contra de ellos.

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El guatemalteco Osiel López Pérez perdió la pierna en un accidente laboral en Ohio cuando trabajaba subcontratado en una empresa de pollos. Era demasiado joven para el puesto.

HACIA EL FINAL DE LA TARDE, el olor de la fábrica de pollos de Case Farms en Canton, Ohio, es como una niebla acre, flotando sobre una carretera flanqueada por tiendas baratas y talleres de repuestos de autos.

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Cuando el tufo está en su punto más intenso, significa que los 180,000 pollos del día han sido sacrificados, drenados de sangre, desplumados y troceados — y es hora para que trabajadores como Osiel López Pérez hagan la limpieza. El 7 de abril de 2015, Osiel se puso unas voluminosas botas de goma y un casco blanco, y usó una manguera de alta presión para lavar las máquinas de acero inoxidable de la fábrica, despojando los restos de grasa, carne, y sangre.

Emigrante guatemalteco, Osiel había cumplido 17 años solo unas semanas antes, demasiado joven para trabajar legalmente en una fábrica. Un año antes, después de que unos pandilleros tirotearan a su madre e intentaran secuestrar a sus hermanas, Osiel había dejado su casa en el pueblo montañoso de Tectitán buscando asilo en los Estados Unidos. Había conseguido el trabajo en Case Farms con un permiso de conducir que daba su nombre como Francisco Sepúlveda, de 28 años. La cara en la foto del documento de identidad era la de su hermano mayor, que no se le parecía en nada, pero nadie preguntó nada.

Osiel esterilizó el enfriador de menudillos de hígado, un aparato parecido a una bañera que enfría las entrañas de pollo con un sistema cíclico de sumersión en agua casi helada, y después buscó una escalera de mano para cerrar la válvula de agua que estaba encima de la máquina. Como era frecuente, Osiel dijo, no había suficientes escaleras para los trabajadores, así que hizo lo que le había enseñado un supervisor: trepó por encima de la máquina, sobre el borde del tanque, y extendió el brazo hacia la válvula.

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Su pie resbaló; la máquina se encendió automáticamente. Las paletas de la máquina agarraron su pierna izquierda, jalándola y torciéndola hasta que rompió al nivel de la rodilla, y girándola 180 grados hasta que los dedos de sus pies quedaron apoyados en su pelvis. La máquina “literalmente arrancó su pierna izquierda” según los informes médicos, dejando la pierna colgando por un ligamento raído y un trozo de piel de cinco pulgadas. Osiel fue trasladado a toda velocidad a Mercy Medical Center, donde los cirujanos le amputaron la parte inferior de su pierna.

Mientras tanto en la fábrica, los supervisores de Osiel apresuradamente exigieron documentos de identidad a los trabajadores. Técnicamente, Osiel trabajaba para una empresa de limpieza subcontratista que estaba estrechamente afiliada a Case Farms, y de repente el estatus migratorio de los empleados parecía importarles a los jefes. En cuestión de días, Osiel y varios otros – todos indocumentados y por debajo de la edad legal para trabajar– fueron despedidos.

Aunque Case Farms no es un nombre muy conocido, usted probablemente ha comido su pollo. Cada año, la empresa produce casi mil millones de libras de pollo para clientes como Kentucky Fried Chicken, Popeye’s y Taco Bell. Boar’s Head vende el pollo de Case Farms como fiambre en los supermercados.

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Las fábricas de Case Farms se encuentran entre los lugares de trabajo más peligrosos en América. Solo en 2015, inspectores federales de seguridad en el lugar de trabajo impusieron casi dos millones de dólares en multas a Case Farms, y en los últimos siete años la empresa ha sido amonestada por 240 infracciones. “La empresa tiene un historial de 25 años de no cumplir con las normas de seguridad laboral federales”, dijo Michaels.

David Michaels, exdirector de la Administración de Seguridad y Salud Laboral, ha llamado a Case Farms “un lugar de trabajo escandalosamente peligroso".


Case Farms ha construido su negocio mediante el reclutamiento de algunos de los inmigrantes más vulnerables del mundo, gente que aguanta condiciones duras y a veces ilícitas que pocos estadounidenses tolerarían. Cuando estos trabajadores han luchado por sueldos más altos y mejores condiciones, la empresa ha utilizado su estatus migratorio para deshacerse de trabajadores activistas, evitar pagar los costos de lesiones, y suprimir la disidencia. 

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El procesamiento de las aves empieza en los gallineros de granjeros contratados. Durante la noche, cuando los pollos duermen, equipos de cazadores de pollos los acorralan, agarrando cuatro en cada mano y enjaulándolos mientras los pollos picotean y arañan y defecan. Trabajadores del ramo me dijeron que son pagados alrededor de 2.25 dólares por cada 1,000 pollos. Dos equipos de nueve cazadores pueden atrapar alrededor de 75,000 pollos por noche.

En la fábrica, los pollos son arrojados en un vertedor que lleva a la zona de “los colgados vivos”, una sala bañada en luz negra, que mantiene tranquilas a las aves. Cada dos segundos, los empleados agarran un pollo y lo cuelgan patas arriba en grilletes. “Esta pieza aquí se llama un frota-pecho”, me dijo Chester Hawk, el fornido gerente de mantenimiento de la planta, señalando con un dedo una almohadilla de plástico.

Los pollos decapitados se envían a la sala de “desplumaje”, un recinto sofocante con olor a granja. Aquí las aves muertas son escaldadas en agua caliente antes de que unos dedos mecánicos les arranquen las plumas. En 2014, un grupo de protección de los animales dijo que Case Farms tenía “las peores fábricas de pollo para crueldad hacia animales” después de determinar que dos de las fábricas de la empresa tenían más quebrantamientos de las regulaciones federales de tratamiento humanitario que cualquier otra fábrica de pollos en el país. Los inspectores reportaron que docenas de aves fueron escaldadas vivas o quedaron congeladas en sus jaulas.

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Hacia el final de la tarde, el hedor de la fábrica de pollos de Case Farms en Canton, Ohio, se cierne como una niebla acre sobre Nimishillen Creek y flota sobre una carretera flanqueada por tiendas baratas y talleres de repuestos de autos.

Los gerentes de Case Farms dijeron que las líneas en Canton procesan alrededor de 35 aves por minuto, pero trabajadores en otras fábricas de Case Farms me dijeron que sus líneas llegan a procesar hasta 45 aves por minuto. En 2015, cortadores de carne, aves y pescado, repitiendo mociones similares más de 15,000 veces al día, sufrieron el síndrome de “túnel carpiano” en una media que era casi 20 veces más alta que trabajadores en otras industrias. La combinación de velocidad, navajas afiladas, y espacios confinados es peligrosa: desde 2010, más de 750 trabajadores en el área de procesamiento han sufrido amputaciones. Case Farms dice que permite descansos para usar el baño en intervalos razonables, pero trabajadores en North Carolina me dijeron que tienen que esperar tanto tiempo que algunos usan pañales. Una mujer me dijo que fue disciplinada por la empresa por dejar la línea de trabajo para ir al baño, aunque estaba embarazada de 7 meses.

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CASE FARMS FUE FUNDADA en 1986, cuando Tom Shelton, ya un establecido ejecutivo de la industria de aves, compró una empresa familiar llamada Case Egg & Poultry, cuya fábrica estaba en Winesburg, Ohio.

Cuatro años antes de que Osiel perdiera su pierna, los inspectores de OSHA habían observado a empleados de Case Farms subidos a las máquinas para esterilizarlas y habían advertido a la empresa de que alguien se haría daño.

Buscando a la desesperada trabajadores a finales de la década de los 80 y al principio de los 90, Case Farms envió a reclutadores por todo el país para contratar trabajadores latinos. Muchos de los recién llegados encontraron que las condiciones eran intolerables. En una ocasión, la empresa contrató docenas de trabajadores agrícolas migrantes de ciudades fronterizas en Texas, ofreciéndoles billetes de autobús para ir a Ohio y viviendas una vez allí.

Cuando los trabajadores llegaron, encontraron una situación que un juez federal calificó más tarde de “miserable y abominable”. Los empleados fueron apiñados en grupos de 200 personas en casas pequeñas. Aunque era pleno invierno, las casas no tenían calefacción, muebles ni mantas. Un trabajador dijo que su casa no tenía agua, así que tuvo que hacer funcionar el retrete con nieve derretida. Durmieron en el suelo, donde las cucarachas corrían encima de ellos.

Al alba, iban a la fábrica en una camioneta desvencijada cuyos asientos eran tablones de madera apoyados en bloques de cemento. Los humos del tubo de escape se filtraban dentro de la camioneta a través de agujeros en el suelo. Los trabajadores agrícolas de Texas renunciaron, pero para entonces Case Farms había encontrado una nueva solución a sus problemas laborales.

En 1993, alrededor de 100 trabajadores de Case Farms se negaron a trabajar como acto de protesta contra los sueldos bajos, la falta de descansos para ir al baño, y los descuentos del sueldo de los costos de delantales y guantes. En respuesta, Case Farms hizo que la policía detuviera a 52 de ellos por allanamiento de propiedad privada.

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En 1995, más de 200 trabajadores salieron en masa de la fábrica y, después de una huelga de cuatro días, votaron a favor de formar un sindicato. Tres semanas más tarde, Case Farms pidió documentos de identidad a más de 100 empleados cuyos permisos de trabajo se habían vencido o estaban a punto de vencer. La mayoría fueron despedidos.

Case Farms se negó a negociar con el sindicato durante tres años, haciendo apelaciones legales de los resultados de la elección sindical hasta la misma Corte Suprema de Estados Unidos. Después de perder el caso, la empresa redujo la semana laboral a cuatro días en un intento de presionar a los empleados. Finalmente, el sindicato se retiró de la fábrica.

Case Farms siguió el mismo guion en 2007, cuando los trabajadores de la fábrica de Winesburg se quejaron de los tiempos acelerados de la línea de producción y un procedimiento que exigía que cortaran tres alas a la vez, poniéndolas una encima de la otra y pasándolas a través de una sierra rotatoria. De vez en cuando, las alas se rompían, y los huesos se enganchaban en los guantes de los trabajadores, arrastrando sus dedos a través de la sierra. Un día, un inmigrante guatemalteco llamado Juan Ixcoy se negó a cortar las alas con este método. Mientras la noticia se extendió por la fábrica, los trabajadores pararon las líneas y se juntaron en la cafetería. Ixcoy, que ahora tiene 42 años, se convirtió en líder de una nueva lucha para formar un sindicato. “Vieron que yo no tenía miedo”, me dijo.

Case Farms tuvo indicios en numerosas ocasiones de que una porción grande de su mano de obra era indocumentada. Al menos tres veces en su historia, trabajadores salieron huyendo de sus fábricas por miedo a redadas de inmigración. Un trabajador dijo que ha trabajado en Case Farms bajo cuatro nombres distintos.

Popowycz, que es el presidente del grupo de comercio de la industria, el Consejo Nacional del Pollo, dijo que Case Farms había cometido unos errores de seguridad pero estaba trabajando duramente para corregirlos. Defendió la empresa en cada respuesta a mis preguntas. Case Farms, dijo, trataba bien a los trabajadores y nunca les negaba permiso para ir al baño. Los cobros por el reemplazo del equipamiento eran para disuadir a los trabajadores de desperdiciar cosas.


EL PASADO OTOÑO, viajé a varios pueblos en el estado guatemalteco de Huehuetenango con la esperanza de encontrar antiguos trabajadores de Case Farms. Después de pasar por el mercado del pueblo de Aguacatán, donde mujeres vestidas con _huipiles blancos y rojos vendían de todo desde ajo a gansos, subí durante 45 minutos por una montaña hasta el pueblo de Chex, donde encontré un camión de carga que había caído por el borde de una carretera.

Docenas de hombres habían venido de campos cercanos para ayudar a subir el camión con ramas y cuerdas. Pregunté a los hombres si alguno de ellos había trabajado en Case Farms. “Trabaje allí durante un año alrededor de 1999-2000”, dijo un hombre. “2003”, añadió otro. “Seis meses. Es un trabajo matador”. “11 años”, dijo otro. Dos dijeron que fueron entre los primero guatemaltecos en trabajar en Winesburg.

Antiguos trabajadores de Case Farms aparecieron en todas partes—el recepcionista del hotel en Aguacatán, parroquianos de la iglesia local, un hombre haciendo dedo a quien di un aventón en camino a otro pueblo. Un hombre en Chex había sido un cazador de pollos en Winesburg, pero años de sobreuso habían dejado su codo inflamado y crónicamente dolorido. Sin saber que Case Farms tenía que pagar por lesiones laborales, me dijo que había vuelto a Guatemala para curarse y había gastado miles de dólares en médicos. Ahora, como me mostró, su brazo caía paralizado a su costado.

Encontré a Osiel en Centro San José, una agencia de ayuda social y clínica legal que opera en una vieja iglesia luterana de ladrillo rojo en los alrededores del centro de Canton.  Me dijo que después del asesinato de su madre, se fue de Guatemala el día que cumplió 16 años, y, dos semanas después, fue detenido por agentes de la Patrulla Fronteriza en Arizona. Se instaló con un tío en Canton y se hizo amigo de otros adolescentes de Tectitán que estaban trabajando en el turno de noche de Case Farms. Trabajó en la fábrica ocho meses, ganando nueve dólares la hora, antes del accidente.

Osiel dijo que, la noche del accidente, después de desmayarse en la máquina, se despertó en el hospital. “Las enfermeras me dijeron que había perdido mi pierna”, recordó. “No lo podía creer. No sentía ningún dolor. Y entonces, horas después, intenté tocarla. No tenía nada allí. Empecé a llorar”.

Hoy, vive con dos de sus hermanos en una casa envejecida. Todavía se está acostumbrando a la prótesis, y cojea al caminar. “Nunca pensé que algo así me podría pasar”, dijo. “Me dijeron que no podían hacer nada para que mi pierna se mejorara. Me dijeron que todo iba a estar bien”.

Osiel empezó a trabajar en Case Farms cuando tenía 16 años, demasiado joven por ley para trabajar en una fábrica. El trabajo le costó su pierna cuando cayó dentro de una máquina. “Me dijeron que no podían hacer nada para que mi pierna se mejorara”.

El Departamento de Trabajo, además de encontrar numerosas infracciones de seguridad, impuso una multa de 63,000 dólares a Cal-Clean, la empresa subcontratista de limpieza que está estrechamente afiliada a Case Farms, por emplear cuatro obreros menores, entre ellos Osiel.

Las multas y citaciones contra Case Farms han continuado acumulándose. El pasado septiembreb, OSHA determinó que las velocidades de las líneas de procesamiento y el flujo de trabajo eran tan peligrosos para las manos y brazos de los trabajadores que la empresa tendría “que investigar y cambiar inmediatamente” casi todos los puestos en la línea.

Mientras la empresa pelea el pago de multas, sigue encontrando métodos para mantener bajos los costos laborales. Por un tiempo, después de que los trabajadores guatemaltecos empezaron a organizarse, Case Farms reclutó a refugiados de Birmania. Después se dirigieron a gente de etnia nepalí expulsados de Bután, quienes hoy constituyen casi el treinta cinco por ciento de los empleados de la empresa en Ohio. “Es una industria que se enfoca en el grupo más vulnerable de obreros y los trae”, me dijo Debbie Berkowitz, la ex asesora superior de política de OSHA. “Y cuando un grupo se hace demasiado poderoso y exige sus derechos, descubre quien es aún más vulnerable y los trae a ellos”.

Recientemente, Case Farms ha encontrado una mano de obra más cautiva. Una mañana de calor ardiente del verano pasado en Morganton, un viejo autobús escolar amarillo llegó a Case Farms y cruzó la verja de la fábrica, deteniendose enfrente de la entrada de los empleados. Bajaron en fila docenas de presos de la prisión local, listos para trabajar en la fábrica. Pero hasta ellos pueden tener los días contados, sin embargo. Durante el recorrido en Canton, Popowycz y los otro gerentes de Case Farms me mostraron algo que les tenia entusiasmados, algo que iba a ayudar a resolver sus problemas laborales y también reducir el número de lesiones: en una esquina de la fábrica había una maquina nueva y reluciente conocida como “deshuesadora automática”. Pronto reemplazaría al 70 por ciento de los trabajadores en la línea.