Ni habrá invasión ni la fraudulenta se salvará

No habrá invasión a Venezuela. Entre la estridencia verbal de Donald Trump y las realidades de nuestro tiempo, median varias lecciones que son históricas, pero que no han perdido su proyección política.

Miguel Henrique Otero | El Nacional

tristeza

El tema de las invasiones de Estados Unidos a países de América Latina no solo es controvertido, sino fuente constante de manipulaciones: he leído algunos materiales fabricados por laboratorios de izquierdistas enfebrecidos que sostienen que los hechos de abril de 2002 fueron el resultado de una invasión militar norteamericana.

En una cronología publicada por la Juventud del PSUV –plagiada línea a línea–, y que lleva el pomposo título de “Cronología de intervencionismo e invasiones del imperio norteamericano en América Latina, 1846-2009”, se incluye esta entrada: “2002: Estados Unidos apoya y financia a los elementos que organizan el fallido golpe de Estado del 11 de abril en Venezuela”.

Sostengo que no hay momento que un comunista o cualquiera de sus variantes actuales disfrute más, especialmente en América Latina, que cuando se anuncia que Estados Unidos invadirá un país del continente. El imaginario del imperio los impulsa a la fraseología grandilocuente, a las exaltaciones nacionalistas, a la pompa soberanista. Hay algo profundamente patético, reduccionista y ridículo en la mentalidad que jura defender la soberanía con su vida, pero que viaja a La Habana a inclinarse ante la dictadura de los Castro.

Repito aquí lo que alguna vez he comentado en otro artículo: nadie debe olvidar los relatos de lo ocurrido en Bagdad en abril de 2003, en las horas en que las tropas norteamericanas entraron en la ciudad.

Cuando el sonido de los motores de los tanques comenzó a escucharse en las calles, los bagdadíes se asomaron a ver qué ocurría. Y lo que vieron fue esto: centenares de hombres, muchos de ellos en calzoncillos y descalzos, corriendo hacia las afueras de la ciudad. ¿Quiénes eran estos apurados? Nada menos que los supuestamente invencibles miembros de las tropas élite de la Guardia Republicana Iraquí.

Los hombres que habían jurado defender con sus vidas el régimen y al dictador. Apenas los primeros marines aparecieron en las calles, los juramentos desaparecieron. Atrás dejaron armas, uniformes y pertrechos. Cuando fueron capturados, más de la mitad, en su primera declaración, se presentó como un preso del régimen que había logrado escapar de la cárcel.

No habrá invasión y los venezolanos continuaremos con nuestra lucha, en todos los terrenos donde sea necesario. Toca seguir adelante, sin despreciar nunca el apoyo internacional, que tiene una importancia fundamental, pero evitando convertir el tema de la invasión –insisto: no ocurrirá– en el centro de un debate a gusto y conveniencia del régimen ilegítimo.

Más allá de las distintas posiciones que ahora mismo se expresan entre los demócratas, hay una cuestión medular que es inextinguible: el régimen no será nunca legítimo. Es su naturaleza. Su condición irreversible. Es ilegal, ilegítimo, fraudulento, asesino, represor, torturador y corrupto. Nada de lo que hagan, nada de lo que impongan, nada de lo que establezcan, tendrá nunca validez.

Todos los días, a toda hora, hay que tenerlo presente: los 545 constituyentes no son tales, no portan legitimidad alguna. No representan a nadie. Son ejecutantes de un fraude, cómplices de la violación abierta de la Constitución.

Sus documentos, sus decisiones, sus pretensiones, sus actos, su palabrerío, sus dictados, sus nombramientos, sus despachos, todo, absolutamente todo, se ha realizado sobre el despojo de los derechos constitucionales de los venezolanos, en abierta violación de la Constitución y las leyes, con la participación del Alto Mando Militar.

No debe haber lugar a equívocos: la fraudulenta es la negación de los derechos de la sociedad venezolana, por lo tanto, es inviable. No se impondrá, no se salvará, no podrá prolongarse en el tiempo. Los venezolanos la derrotaremos. Con nuestros propios medios, con nuestra propia voluntad.

Fuente: El Nacional