La crisis en Caracas impulsó desde hace 12 años una migración masiva al país ce ntro americano, donde ante el temor a que el flujo se salga de control, se están tomando medidas
“Chucherías” o golosinas, arepas, quesos, cervezas, rones y otros productos venezolanos con o sin el sello de “hecho en Venezuela” son cada vez más populares en Panamá. El inconfundible acento de las más variadas regiones de Venezuela y su repertorio de venezolanismos —chévere, chamo, chama, vale, pasapalo, sócate, faramallero, emparamar— se propagan a diario.
Todo tiene un porqué: los fenómenos son el resultado de unos 12 años de una masiva migración venezolana a Panamá por un cóctel de causas políticas y económicas.
Los primeros flujos numerosos de personas que migraron a Panamá por el choque con la revolución bolivariana que gobierna en Venezuela desde 1999, surgieron en 2005, pero el tránsito aumentó desde 2008, todavía en vida de Hugo Chávez y proliferó casi sin control a partir de 2014.
“Estamos frente a la tercera gran oleada”, dijo la periodista venezolana Elizabeth Truzman, jefa de redacción del periódico El Venezolano de Panamá, un semanario de circulación gratuita en esta nación y que, como franquicia internacional establecida en Miami, Florida, es otro reflejo de la creciente y visible presencia venezolana en territorio panameño.
“Primero llegaron empresarios y profesionales, con alto perfil educativo y gran poder adquisitivo, a abrir negocios en Panamá, en un proceso bien recibido porque trajo inversión y abrió fuentes laborales. Luego llegaron núcleos familiares, en una migración ordenada y planificada por familias con un trabajo previo de exploración. Y desde 2014 hay una migración menos ordenada, más individual, sin familias. Son venezolanos que emigran a como pueden”, narró Truzman a EL UNIVERSAL.
“2014 fue clave. La oposición venezolana lanzó a principios de ese año ‘La Salida’, una iniciativa para buscar quitar del poder al régimen chavista. Pero la crisis se prolongó y propició este movimiento con sectores de la población venezolana de todos los estratos y distintos a los que arribaron hace 12 años”, añadió esta joven de 29 años y migrante legal en Panamá.
En la reciente avalancha vienen personas dispuestas a trabajar en los que sea, desde camareros en hoteles, bares, restaurantes, cafeterías o cervecerías hasta vigilantes, empleadas domésticas, oficinistas, choferes, traductores y un largo etcétera, sin descartar servicios femeninos o masculinos de prostitución.
Todos asumen el sacrificio de tener uno o dos empleos, formales o informales, para tratar de sobrevivir en competencia con la mano de obra panameña, en un país con la situación peculiar que su principal activo es su posición geográfica en la cintura de América.
“Los panameños se sienten presionados por la competitividad laboral”, afirmó el venezolano Elvis Mora Duque, de 30 años, oriundo de Caracas, con dos de estar en Panamá, profesor de inglés y francés, y ahora custodio de un hotel de esta ciudad. “Los venezolanos venimos preparados para enfrentar lo que sea en Panamá. Y más que xenofobia, la llegada de los venezolanos provoca inquietud a los panameños. No me puedo quejar. Unos me tratan bien, otros no”, narró Mora a este diario, al contar que dos meses después de su arribo a esta capital logró regularizar su condición migratoria tras ser contratado por el hotel.
El alud
La alarma sobre la masiva presencia venezolana en Panamá se agravó en julio anterior. Enfrentado a una crisis que amenaza con desbordarse, el presidente panameño, Juan Carlos Varela, colocó el 22 de agosto pasado un muro invisible para contener la migración desde Venezuela, y anunció que a partir del próximo 1 de octubre, los venezolanos estarán obligados a gestionar visa para entrar a este país como turistas y demostrar solvencia económica mínima de 500 dólares, entre otros requisitos.
“Ante la ruptura del orden democrático en Venezuela, situación que pone en riesgo nuestra seguridad, nuestra economía, las fuentes de empleos de los panameños y luego de un profundo análisis, he tomado la decisión de exigir visas a los ciudadanos venezolanos que quieran viajar a Panamá”, comentó.
Al informar que las medidas se mantendrán hasta que se recupere el orden democrático en Venezuela, Varela explicó que “consecuentes con nuestro compromiso de solidaridad y trato humanitario, otorgaremos estatus migratorio a los 25 mil venezolanos que fueron debidamente censados hasta el 30 de junio de 2017”.
El 30 de septiembre se acabará el beneficio de ingresar sin visa, que deberá estar estampada en el pasaporte, aunque persistirá la regla de que la estadía máxima será de 90 días y de que, tras ese plazo, la obligación es salir y permanecer al menos un mes en el exterior para reingresar. Los venezolanos con visa de Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Canadá y la Unión Europea no necesitan el documento.
La inquietud gubernamental se agudizó después de que miembros del antichavismo en Panamá reportaron que unos 50 mil venezolanos participaron el 16 de julio en el capítulo panameño de un plebiscito convocado por la oposición de Venezuela. Entre otros resultados, la consulta rechazó y desconoció el plan oficialista de realizar una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), instalada a inicios de este mes.
Con el recuento de que en Panamá votaron 50 mil que están legal, ilegalmente o en vías de regularización, el gobierno actualizó el escenario: su conteo determinó que 75 mil 990 venezolanos viven bajo variados rangos migratorios en distintos sitios, en particular en la capital. Y es allí donde proliferan los olores, los sabores y las voces de Venezuela en Panamá.