¿Cómo nadie escuchó nada? ¿Cómo nadie vio nada?
Dicen que el tiempo dentro de una prisión transcurre de forma lenta.
La celda 20, de la cual se fugó el líder del cartel de Sinaloa, queda al final de un pasillo.
Diminuta, fría, inhóspita.Tiene forma de L. Se ingresa tras una gruesa puerta de metal. Se entra después de atravesar una segunda reja. Para alcanzarla previamente hay que abrir 18 rejas. Todas son grises, gruesas y frías; algunas electrónicas, otras de llave.
Casi en todas hay que enseñar la identificación a un policía. En varias, ese proceso incluye mirar a una cámara colgada del techo durante tres segundos y colocar la credencial a la derecha de la cara y a la altura del mentón. El penal de máxima seguridad de El Altiplano, ubicado a unos 90 kilómetros al oeste de Ciudad de México, es un laberinto sin vida.
Aparecen los primeros prisioneros: rapados o al menos con poco pelo, no como el hombre que apareció en las grabaciones de la celda 20 el sábado. Y pálidos, tanto que el beige claro de sus uniformes tiene más intensidad que sus rostros. Algún grito ininteligible resuena por los pasillos. La cárcel marea. Los pasillos idénticos, las rejas iguales. Parece no haber salida.
En este almacén acababa el túnel por el que escapó "El Chapo".
La cámara de seguridad estaba en el ángulo superior izquierdo de la celda. Debajo, un colchón beige sobre una cama que no debía superar el metro y medio de largo.
Frente a ella, una banqueta de cemento, una mesa de cemento, un estante de cemento. Pura grisura, con excepción de tres ganchos (rojo, amarillo y azul) en lo alto de esa pared.
Una ventana rectangular deja colar unos rayos de sol cansados; un foco rectangular en una de las paredes regala una luz enrejada y violenta. Junto a la cama, un lavabo, luego una letrina, y pegado a ella la regadera.
Allí no llegaba la cámara de vigilancia.Dos muros de unos 120 centímetros de alto protegían la intimidad de Guzmán Loera. Por allí desapareció el hombre al que ahora buscan miles y miles de efectivos. A un kilómetro y medio de la cárcel más segura de México, y a más de 10 metros bajo tierra, terminaba el túnel, en una casa a medio construir
El Túnel
México ha entrado en un túnel. La fuga de Joaquín Guzmán Loera,El Chapo, ha arrastrado a todo un país hasta una casa a medio terminar situada en el pequeño municipio de Almoloya de Juárez, a 90 kilómetros del Distrito Federal. Ahí, rodeado de maizales, se descubre una bodega de paredes sin revoco, y en su suelo un orificio rectangular donde cabe poco más que el cuerpo de un hombre. Es un agujero, oscuro e inquietante, por el que el sábado pasado, a eso de las nueve de la noche, asomó su cabeza el mayor narcotraficante del planeta. Introducirse en ese boquete es entrar en su mundo.
La casa empezó a edificarse, según fuentes de la fiscalía, en abril de 2014, a los dos meses del encarcelamiento de El Chapo, pero nunca llegó a terminarse. Su aspecto inacabado permitió a los ingenieros del cártel de Sinaloa almacenar materiales sin levantar sospechas. La visitas, con todo, eran excepcionales. Situada a 1.500 metros en línea recta de la imponente cárcel de máxima seguridad de El Altiplano, el inmueble se alza en un descampado sin viviendas a su alrededor. Solo pastos, maizales y malas hierbas. Un paisaje horizontal desde el que se divisa con nitidez la prisión. Por debajo de esa panorámica se gestó durante meses el golpe maestro de El Chapo.
Las rastros dejados en su huida lo atestiguan. Debajo de la bodega, los obreros edificaron una sala de unos 50 metros cuadrados que igual les servía de taller que de dormitorio. En ese espacio, se abrió un tiro y se instaló una escalerilla de madera.
Diez metros en vertical por el que bajaban los trabajadores y que cuenta con una grúa para subir las cubetas de tierra.
Un sistema de encofrados, milimétricamente ajustados, blinda este pasaje con aires de mina antigua. Su descenso es fácil y una vez abajo, aparece el túnel. Es el reino de la oscuridad. Al encender la linterna se descubre un estetoscopio abandonado en el suelo. También se ven botellas de oxígeno y baterías de coche.
Y después, una moto acoplada a dos rieles. Con ella, los obreros iban sacando la tierra. Unas 3.250 toneladas cuyo destino sigue siendo un misterio. La principal hipótesis apunta a que fueron subidas en camiones para su traslado. Pero algunos expertos policiales señalan que los depósitos fueron distribuidos de noche alrededor de la casa. La abundante vegetación hace dudar de esta posibilidad.
Para el vaciado se empleó maquinaria de gran potencia. Las muescas de los taladros hidráulicos son visibles por doquier. Fue un trabajo bien ejecutado. Las paredes no requieren de ninguna viguería, y el túnel, de 1,70 metros de alto por 0,80 metros de ancho, muestra una uniformidad militar. La obra corresponde a los mismos ingenieros que han convertido al cártel de Sinaloa en el mayor especialista mundial en burlar fronteras mediante túneles: más de un centenar en Chihuahua, Sonora y Baja California. Aunque en mayo de 2014, a los tres meses de la captura de Guzmán Loera, emplearon una modalidad nueva y que ahora resultada iluminadora. Entonces, el cártel liberó a tres operarios de El Chapo encarcelados en Culiacán (Sinaloa) con un túnel de características muy parecidas al de Almoloya de Juárez. El aviso estaba dado. Pero nadie le hizo caso.
Para mantener el ritmo de trabajo en el subterráneo, los narcos instalaron en otra cavidad un generador eléctrico de cuatro toneladas. Con esta energía, mantenían encendidas las bombillas (rotas durante la fuga) y renovaban el aire a través de tubos de pvc.
En el tramo final, guiados por planos del presidido, verticalizaron el pasadizo y lo encajaron con precisión de cirujano en la zona de ducha del preso 3.578. El trabajo estaba hecho. El sábado pasado, a las 20.52, Guzmán Loera, tras ponerse unos zapatos, hundió el orgullo de las fuerzas de seguridad mexicanas y dejó un país ahogado en la desconfianza.
La instalación ahora ya no funciona. En el túnel el aire es frío. Las partículas de humedad lo enrarecen. Las lluvias torrenciales de julio han empezado a filtrarse. Nadie sabe cuanto durará en pie esta obra. Pero en la memoria de México, difícilmente será olvidada. El túnel tardará mucho en ser abandonado.