En el postre, a media tarde, después de cenar… cualquier momento parece perfecto para disfrutar de su sabor refrescante. Sin embargo, son muchos los que se resisten a sus encantos por temor a las calorías, sin tener en cuenta los beneficios que algunos helados pueden aportar a nuestro organismo.
Aunque en el imaginario de muchas personas siga teniendo un componente negativo, lo cierto es que este alimento puede conllevar todas estas consecuencias positivas en nuestro cuerpo:
Aporte de hidratación.
Los helados de hielo o polos son agua en un 90 %, por lo que constituyen una buena alternativa para hidratar el organismo, ayudando además a combatir la sequedad de las vías respiratorias.
Fuente de calcio.
Un solo helado de leche y/o yogurt (no de hielo) cubre hasta un 15% de la cantidad de calcio recomendada al día, contribuyendo a fortalecer los huesos.
Fuente de proteínas.
Si se trata de un producto derivado de los lácteos, estaremos ingiriendo también proteínas de alto valor biológico. Para ser más exactos, 4’5 gramos de proteínas por cada 100 gr.
Reducción del nivel de estrés.
¡Como lo oyes! Diversos estudios aseguran que algunos de sus componentes (como el azúcar o la caseína de la leche) actúan como exorfinas, que nuestro metabolismo convierte en endorfinas. Estas sustancias tienen un efecto positivo sobre el sistema nervioso.
¿Por qué es importante tomarlos con moderación?
No debemos olvidar que son una fuente de calorías y que debemos disfrutarlos con moderación, ya que pueden aumentar los niveles de colesterol y el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas o diabetes. Por ello, además de no abusar de ellos, debemos de intentar optar por helados artesanales, ya que sólo tiene un 6% de grasa. También podemos hacerlos nosotros mismos, reemplazando la leche entera por desnatada, utilizando edulcorantes y sustituir los ingredientes más calóricos por fruta u otros más naturales.
Por otro lado, debemos tener en cuenta que el helado puede jugar una mala pasada en nuestra boca, provocando dolor y ligeros pinchazos en los dientes. Esta reacción tan típica en verano es síntoma inequívoco de sensibilidad dental, un problema que debe tratarse desde la raíz adquiriendo una buena rutina de higiene bucodental, utilizando un dentífrico específico y un cepillo suave para cuidar el esmalte.